domingo, 13 de septiembre de 2009

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El silencio que se extendía entre ellos era como un abismo. Ella miraba por el cristal. Él la miraba mientras ella miraba a través del cristal cómo pasaban los transeúntes, algunos con paraguas, porque había empezado a llover. Otros corrían, para no mojarse, a refugiarse bajo marquesinas o en tiendas que vendían artículos de usar y tirar, de los que a él le gustaba observar cuando daba vueltas sin un lugar en el que parar y ningún lugar al que ir. El silencio era como un juicio entre los dos corazones. Un juicio frío, burocrático, lento, que apretaba su corazón con el puño de hierro de la espera.

Silencio.

Y él se sienta, y la mira, esperando que ella lo mire. Y, cuando lo hace, sólo puede decir "¿Qué está ocurriendo? En qué punto nos perdimos" Y ese nos es un -nos perdimos el uno al otro-, pero no quiere decir nada más, porque hilar una palabra tras otra le resulta tan difícil... Y dice, casi en un murmullo, para él mismo "Joder, joder, joder, joder...", como una letanía, para retener los pensamientos ocupados y evitar que no lleguen al punto en el que él estalla, como un globo con demasiado aire.

Suena un trueno, preludio de dos tormentas.