domingo, 13 de septiembre de 2009

4

El silencio que se extendía entre ellos era como un abismo. Ella miraba por el cristal. Él la miraba mientras ella miraba a través del cristal cómo pasaban los transeúntes, algunos con paraguas, porque había empezado a llover. Otros corrían, para no mojarse, a refugiarse bajo marquesinas o en tiendas que vendían artículos de usar y tirar, de los que a él le gustaba observar cuando daba vueltas sin un lugar en el que parar y ningún lugar al que ir. El silencio era como un juicio entre los dos corazones. Un juicio frío, burocrático, lento, que apretaba su corazón con el puño de hierro de la espera.

Silencio.

Y él se sienta, y la mira, esperando que ella lo mire. Y, cuando lo hace, sólo puede decir "¿Qué está ocurriendo? En qué punto nos perdimos" Y ese nos es un -nos perdimos el uno al otro-, pero no quiere decir nada más, porque hilar una palabra tras otra le resulta tan difícil... Y dice, casi en un murmullo, para él mismo "Joder, joder, joder, joder...", como una letanía, para retener los pensamientos ocupados y evitar que no lleguen al punto en el que él estalla, como un globo con demasiado aire.

Suena un trueno, preludio de dos tormentas.

lunes, 23 de febrero de 2009

3

- ¿Se puede saber qué demonios haces? Te quedas todo el tiempo en la ventana, mirando a través del cristal sin pronunciar palabra. Siquiera parece que estés escuchando mi voz, miras distante hacia el infinito, hacia un punto no definido del espacio, y callas. Y me torturas con silencio, y siquiera sé si oyes mi voz o si es sólo un eco lo que escuchas, ¡o si escuchas!, siquiera sé si me estás escuchando. Y te pierdo en la distancia. Y cada vez es más frío, y cada vez eres más frío.
Y entonces, sin previo aviso, ¡te levantas! Y me fulminas con la mirada. ¿Por qué me torturas de esta manera? ¿no volverás nunca a decir nada? Quiero saber qué estás pensando. Estoy demasiado harta de mantener monólogos contigo. ¿No me entiendes cuando hablo? ¿Es que no vas a contestar nunca a ninguna de mis preguntas?

Calló un momento. Se arrodilló, mirando hacia el suelo, tratando de calmar su respiración mientras contenía todas sus lágrimas en sus ojos. No quería mirarle, no quería mostrarle que era débil y vulnerable, no quería que la viese así. No podía confesárselo. Y lo intentó, habló de nuevo:

- Mira... tengo miedo. Nunca he querido decírtelo, nunca he querido que veas la parte de mi que está a punto de romperse en mil pedazos. Porque corta, ¿sabes? el cristal... el cristal corta.

Se acercó a la ventana en la que él estaba, y contaba con antelación que él se apartase (como finalmente hizo). Tocó el frío cristal de la ventana y miró a través de él. Ahora era ella quien callaba. Ahora ya no podía decir más. Sólo se escuchaban sus débiles susurros. Y silencio.

lunes, 9 de febrero de 2009

2

El cielo estaba gris, y parecía que se le caía encima. Ese tipo de días, grises, sin sombras, ni luces, ni frentes arrugadas y párpados entrecerrados, eran del tipo que le gustaban. La gente solía decir que parecía que el cielo podía agarrarse alargando el brazo hacia arriba y tirando con los dedos, y que esa sensación era agobiante, como de asfixia, pero él disentía completamente de esas apreciaciones tan típicas y disfrutaba caminando, corriendo o paseando por las calles desiertas de suelos húmedos mirando edificios que ya conocía.

Ese día todo resultaba distinto. Él estaba sentado al lado de la ventana, mirando al cielo, desencantado, como si el ambiente cargado de tabaco y sus palabras -las de ella- ejercieran presión en sus sienes, amenazando con hacerle gritar. Desde entonces siempre iba a odiar los días grises de cielos encapotados, pesados, y las tardes en cafés de nombre desconocido.

Se estaba ahogando, con uno de esos sentimientos asfixiantes, obesivos, perturbadores. Uno de esos sentimientos que llevaron a Rozz Williams a la tumba sin remedio. Pero trató de volver en sí, de olvidar la presión en las sienes y el cielo gris golpeando los cristales y la escuchó. Sus palabras parecían perseguirse las unas a las otras, como si trataran de pisotearse las sílabas pero, a pesar de todo eso, eran perfectamente inteligibles. Y le dolían. A pesar de todo trató de concentrarse, de mantenerse serio, sin fruncir el ceño, para que no se trasluciera que ella le había golpeado. La única respuesta que pudo articular fue <>, y calló.
En realidad lo que quería decir era que él tenía esperanzas, o que algún día había creído en el futuro, pero no se atrevió. Y, en lugar de acabar su intervención, agitó la cucharilla dentro de la taza de su café, concentrándose en los movimientos circulares de lo que quedaba de él, o en los destellos de la cucharilla, al reflejar las luces del techo.

De súbito, simplemente, se levantó, mirándola a los ojos.

domingo, 8 de febrero de 2009

1

¿Sabes? Había llegado a creerte cuando me dijiste que todo iba a salir bien, pero nunca había imaginado que las cosas podían llegar a salir tan mal. Me hizo gracia cuando, después de mostrarme tu parte de pesimista sin remedio me dijiste que las cosas podían salir bien. Llegaste a hacerme creerlo, y debería odiarte por ello. Me había acostumbrado a un mundo de tonos azul oscuro y gris, y llegaste a hacerlo cálido, en tonos sepia quizás. Eres injusto, y debería odiarte. No me parece nada bien lo que has hecho, ¿por qué me hiciste creer una mentira durante tanto tiempo? ¿realmente merecía esto?